(tres jotabés heptadecasílabos)
I
Se hunde mi ser con su templo como ancla en un día anodino,
desespera mi alma en las profundidades del mal espino.
Grisáceos momentos ponderan todos mis pensamientos
como una fuerza centrípeta, son los frágiles alientos.
Alientos de baja fuerza, empujes que parecen lamentos
acompañados de miradas cansadas y sin sustentos.
Mi espíritu se tambalea con los colores oscuros,
mis apagadas neuronas no pueden con altivos muros.
Creo que la gente camina sin saber de su destino,
perturbada por mal recordar sus santiamenes hedientos,
con torpes denuedos, con pocas palabras y muy inseguros.
II
Mas quiero atravesar el opaco cristal de esa ventana
que me recuerda que somos un instante cada mañana.
Alma y cuerpo, ser y templo con desesperado aislamiento.
Situaciones que conciertan distancias en sutil fermento:
frustraciones, dolores y desamores de frágil cuento.
¿Acaso está escrito en la pesada tabla del mandamiento?
De la espiral laberíntica he de salir, o blanco o negro;
no deseo gama de colores grises, me desintegro.
Por mí y mi prójimo, lucharé por esta cuestión villana,
pintaré colores y buscaré debajo del asiento,
quiero despertar y levantarme con un primer alegro.
III
Alzaré mi voz, deseo dar a conocer que me quiero.
Voy a priorizar mi “carpen diem” mediante sencillo transfiero.
Cubriré de pétalos las amarguras de mis amigos,
romperé lanzas y cadena por los injustos castigos,
vocearé como campana carillón en mar de trigos
la necesidad de ayuda a los que necesitan de abrigos.
Basta de silencio no proactivo, sin vivo color;
con mi prójimo, alma levantaré para ofrecer amor.
Sociabilidad y asertividad en fiel transporte arriero
para acabar con los sutiles y silenciosos hostigos.
Alzaré voz en garganta y en corazón, mi dulce frescor.
Juan Isach Alegre