Os llamé muchas veces – muchas, muchas veces –
en la noche, en esta noche,
cuando la locura cavaba una hoguera sobre nuestro nunca,
os llamé muy bajito, lleno de angustia,
como ahora.
Dibujaba vuestros nombres,
los escribía sobre la lluvia,
sobre la nieve,
abrazaba las imágenes de nuestro siempre,
nuestros jardines que
se fugaban,
velocidad, ceniza, desequilibrio,
como ahora.
Si me escucharais caminar
cómo bajo
sin estrofas ni rimas,
cómo bajo
hacia la ternura,
hacia la tristeza,
cómo llevo este animal vivo y enfermo
que se apaga entre mis brazos,
el fantasma de lo que no fuimos,
esta música que se quiebra
que no tiene forma
en las nieblas del lenguaje,
que se derrumba
porque es deseo y nube,
que se deshace
como la cabeza de un niño
contra los muros de un manicomio.
Si recordarais cómo muchas veces os llamé,
muy bajito,
en esta noche,
como ahora,
mis dulces, mis queridos amigos,
estáis todos muertos
pero no tanto como yo,
y esta música
se hunde en la carne de nuestro siempre,
en la carne de nuestro nunca,
y porque sabéis
que tuvimos un sueño
aunque no supimos cuál era,
y porque a veces
acariciábamos las piedras
como si fueran dragones (…)
Si pudierais escuchar
cuánto os echo de menos,
si os abrazara
otra vez,
en esta noche,
en esta niebla,
donde ni la memoria ni la voz
poseen ya una estructura
que resista la lluvia, los golpes,
solo este susurro,
este a punto de llorar,
escribiría, por no morir tan solo,
la melodía precisa,
la letra de todo lo que amé.
Pero es tarde,
muchas veces es tarde casi siempre,
y, sin embargo,
esta suavidad,
este sol,
estos días,
esto que se rompe
mientras la rana se zambulle
en el agua
y el grifo de la cocina
gotea
en la oscuridad.
Jordi Gandía Navarro