Sólo extravíos, pelusas, polvo, aire
José Luis Tudela Camacho
¿Reposo? No es cierto. Yo siempre busco,
en las mil oquedades de la tarde -allí
donde se retuercen pelusas como ciervos
fatuos, como huracanes-, busco razón que
a mi pereza venza y revierta, que madure
fruto amable del árbol del esfuerzo (¡Qué
vocablo más encantador, qué sacros
altares en esta voz se adivinan ebúrneos,
esplendentes… si fuera respetable mi
palabra, no falsaria cual lámina de agua
que la sed fabrica en imágenes a lo lejos!)
Ah, es-fuer-zo, lentitud de sílabas
goteando como sangre de un cuchillo
matachín. ¿En matanza de mis horas
queréis que trabaje?
Cuando yo ame la luz porque ilumine mis
labores devanada, cuando ame el descanso
estivo en el que se
mecen los cuerpos, se doran y se complacen en haber extraviado
sus cerebros, cuando en la terca ribera los
mares arrastren mi seso a la ciénaga junto
a los benditos, los deleznables, los
currantes, los farsantes, el nulo y el
aburrido, entonces que alargue este
perezoso a las herramientas, a los feos
artilugios y atalajes su mano, su intención,
su cerviz, su calma. Y que la triste Parca
arramble.
Jamás sucederá eso. Mi cuerpo detendré
-no mi memoria- y mi sangre en los goces,
dejaré mi hueco lleno
de indolentes pelusas, polvo y aire,
hasta que rece esta inscripción
sobre mi mecedora: «Caminante,
aquí yace un hombre que llegó vivo
a su muerte. En pereza ocupó tardes,
mañanas, noches. Desdeñó excesos.
Se bastó con pocos bienes -y males-.
Acumuló ganas de hacer más cosas,
sin hacerlas. Pretendió los márgenes
de la siesta, mujeres, vino, amigos,
no labrar -si es posible-, no ser lastre
tampoco, ni encogerse en los peligros.
Un perezoso, un zángano, un buen frater
de la Reverenda Orden del Palo al Agua;
maula, remolón; si os place, baladre;
más que vago, zanguango; un ganso henchido
de esta galbana embriagadora; un lacre
de mensajes en blanco, y no preguntes.
Su virtud: no haber hecho daño a nadie.»
Acaba aquí la cuenta de mis versos. ¿Qué
más queréis? ¿Que trabaje en balde?