Escribo por no morir.
Siempre lo he hecho.
Escribo cuando la realidad me asfixia,
y las palabras me devuelven el oxígeno.
Escribo cuando mi ruido es tan fuerte
que me pierdo en él
y necesito distraerme para poder reencontrarme.
Escribo cuando me pierdo
y cada una de las veces en las que me quiero perder.
Escribo cuando escapo,
cuando no hay en el mundo refugio al que huir,
y necesito inventarme un lugar seguro.
Escribo,
y me voy allí,
a ese paraíso imaginario,
donde todo es posible.
Escribo cuando no tengo el control,
y cuando necesito soltar los remos y flotar a la deriva.
Escribo cuando mi luz me ciega,
cuando mi intensidad me duele,
cuando las emociones se convierten en prisión.
Escribo cuando siento tanto amor dentro de mí
que me ahogo.
Escribo y dejo parte de él en mis versos.
Pero a veces,
cuando escribo por no morir,
termino muriendo.
Desangrada por las heridas que reabren las letras,
prisioneras de mis sentimientos llevados al extremo.
Porque nada enciende tanto mi fuego
como las palabras que escribo
cuando me pienso que muero.
Avivando las cenizas de un dolor que se potencia
si lo convierto en poemas.
Y sin embargo,
no podría vivir sin ellos.
Estoy enamorada de la poesía que te rompe por dentro,
por eso escribo por no morir,
y quizá,
siempre termino muriendo.
Es el precio a pagar por una vida dedicada a la escritura.
Cortázar tenía razón: la felicidad no se explica.
La literatura es conflicto interno, el arte de la contradicción.
Mi literatura es eso.
Escribo por no morir.
Muero escribiendo.
La poesía me resucita
con el agridulce sabor de una vida intensa, complicada, extrema,
dedicada a mis versos.
Begoña Gorgues Sebastián