En el principio no había dios.
En el principio, la evolución no
era controlada por fuerzas ajenas a
ella misma. Y digo esto afirmando
que cualquier logro tanto
físico como psíquico
que se haya alcanzado hasta hoy no
le debe nada- al contrario- a las
fuerzas que teóricamente deberían haberlo
potenciado, como son las iglesias o clanes
místicos (que, lejos de intentar elevar las
facultades anímicas del hombre, se han de-
dicado- y se dedican – a amaestrarlo)
y los autoproclamados defensores de los demás-de los más
débiles-