Murmullos al otro lado.
Alguien llama.
No son golpes.
No son gritos.
Son voces susurrantes
Pero son persistentes, constantes,
como murmullos de crepúsculos de invierno,
fríos, hirientes como el filo de la noche
forjando en mí heridas
que no cicatrizan,
secuelas del insomnio,
aflicciones de tensa espera agazapada.
Un silencio sonoro invade mi particular atmósfera.
Es un silencio que ensordece.
Abro la puerta sin poder hablar
porque el miedo estrangula las palabras
evocando negras e interminables noches,
preñadas de añoranzas que no pueden ser amortiguadas,
como alientos lacrados en las grietas de la piel
que se tiñen de un color morado macilento,
como purpúreos ecos indefinibles.
Devorado por la incertidumbre abro mi puerta.
Tamizo con mi mirada su etérea esencia.
Me habla mas no puedo ver quién es.
La siento como una llaga insanable y permanente,
como algo incorpóreo, intangible,
ardor agridulce, delirio inasible.
Me insinúa que no siempre el dolor es negro,
que se disfraza, a veces, de un sutil vestido
de tonalidades extremas de una noche invernal
en la que cada destello provoca una espectral resiliencia.
Me afirma que el tiempo no cura todo,
ni enmascara los cincelados recuerdos;
solamente nos envicia haciéndose costumbre.
Con palabras balbucientes demando su identidad.
Las voces se han tornado audibles.
Su acerada respuesta:
la nostalgia.
Jesús María Pérez García