«Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie.»
Theodor Ludwig Wiesengrund Adorno
Un tipo se ha encaramado a lo alto de una azotea,
ataviado únicamente
con un abrigo de astracán
sobre su cuerpo desnudo
y una escopeta de caza en las manos,
y ha abierto fuego
contra los transeúntes que caminaban por la calle.
Asegura que no ha sentido nada especial al hacerlo,
que para él
era como si estuviera delante de uno de esos videojuegos
que hay en las salas recreativas;
como si cada una de las personas
que se desplomaban contra el asfalto
tras recibir el impacto del plomo en su cuerpo
no tuvieran pasado,
como si fueran seres virtuales
carentes de sentimientos,
o actores,
en medio de una representación teatral,
que pudieran levantarse en cualquier momento
para ir a hacer la compra
o para llevar a sus hijos a la escuela.
Ahora está en la cárcel,
vestido y desarmado,
supongo que así debe parecer un ser humano
tan inofensivo
como cualquiera de nosotros.
No sé por qué te estoy contando esto.
Quizá sea porque no tengo nada mejor de lo que hablar,
o tal vez sea porque cualquier pretexto
me parece apropiado para llamarte,
aunque nunca responda nadie
al otro lado de la línea.
He contado los peldaños que separan mi casa de la azotea.
Cincuenta y siete.
Llámame si escuchas este mensaje.
Miguel Ángel González González