Hoy casi estampo mi pena contra la muchacha del patinete que me gritaba
“Por la derecha, por la derecha” en aquella calle sin luz de Ciutat Vella
Yo pedaleaba mirando la escena como quien mira una película
Sin ser del todo consciente de que esa bici que casi provoca un accidente
era mi propia bici, mi querida Malena,
ni de que yo era quien tenía que hacer girar el manillar
Conducía abstraída y relajada
Venía de impregnarme de la tristeza de las calles del Raval
Esa suciedad que se pega en la ropa como se te pegaba el humo en los bares
cuando se fumaba y nunca era tarde para la penúltima
Las barras reunían a soñadores, desertores y druidas
con colección de anécdotas y rimas
poetas de servilleta que se enamoraban al bajar la persiana, las luces y la música
cuando el camarero sacaba el cenicero y se servía una mientras reponía las cámaras
y uno ya nunca sabía qué hora era y no importaba
porque no había que estar a las diez en casa
y era muy probable que acabases abrazada a un desconocido
o contándole tu primera borrachera a aquel chico callado que hizo contigo cola en el lavabo
o cantándole el cumpleaños feliz a esa mujer que siempre sonreía susurros
o bailando abrazada a tu mejor amiga, que cada noche podía ser una chica distinta
o escuchando embobada el drama del señor que bebía Stolichnaya con naranja
y tenía la tristeza grabada en la cara
y se despertaría con la noche clavada en las sienes
En un lugar así me hice yo mayor
llenando de inocencia un Túnel oscuro pero acogedor
donde observaba y me observaban con la misma curiosidad
Estrené los dieciocho llenando cada fin de semana copas de tipos que me querían comer y me querían cuidar de los demás tipos que me querían comer
Y aproveché para contemplar la vida latir en ese antro maravilloso lleno de sombras
Y entender de qué iba eso de ser adulto
Y aprender a qué juegos no quería aprender a jugar
Y a cuáles un poquito sí
Recuerdo llegar a casa ya entrado el día y no saber qué hacer para sacarme el humo de dentro
Dormir unas horas y sacar tiempo de preparar los exámenes de la semana
y el alemán y el teatro y la danza
y los amores secretos
y los cafés largos
y los trabajos inacabables
y los madrugones de empollona de última hora, que eran mi especialidad,
y las amigas que me salvaban con sus resúmenes de camino al instituto
y ya entonces querer estar en todo y exprimirlo todo y sentirlo todo
y llegar justa a todo, pero llegar, y hasta llegar bien
y querer vivir todas las vidas que se me habían quedado pegadas con el humo del bar en el que trabajaba los fines de semana
Así llegué hoy también a casa,
con la tristeza de las vidas que se me han cruzado esta tarde en mi paseo por el Raval
pegada como el humo de mis noches de camarera
La cojera exagerada de esa señora cargada de bolsas y de años
La elegancia del cerrajero que friega el portal de su negocio con bata azul y dignidad de sabio
El listillo que trapichea en la esquina y me sonríe porque no sabe hacer otra cosa
La mujer que vende libros usados y viejos y echa de menos a los turistas de los que siempre se quejaba
El travesti que pasea su belleza exótica por el barrio
El dueño del kebab que no sabe cómo podrá pagar el alquiler ahora que solo sirve para llevar
Y los bares cerrados
Y los sueños cerrados
Y los labios cubiertos por ese trozo de tela
sobre la que ya nos hemos acostumbrado a adivinar las sonrisas
Y los muertos creciendo en el telediario
Y la vida parada
Y el alma cansada
Y este humo metido bien adentro que aun no sé cómo voy a sacar
Laura Torres Gandía